Columna Opinión

EDUCACIÓN INSTRUMENTAL: Manjar para dioses

Martes 18 Febrero 2025

Si acercamos nuestra mirada a los albores del pensamiento griego, a los grandes clásicos de la filosofía—Sócrates, Platón, Aristóteles, entre muchos otros—entenderemos que uno de los fines últimos de sus coloquios era saber para ser. Podremos discrepar, reinterpretar, citar otros autores o, simplemente, no estar de acuerdo. Lo importante es adentrarse en el fondo de la oración: "saber para ser".

Por: Hno. Mauricio Silva, SM (Superior Unidad Marianista de Chile)

Este debería ser el fin último de una escuela... Perdón, —las escuelas no existen— de un colegio. Ahora bien, sabemos que los sistemas “se centraron en el desarrollo de la razón instrumental, que llegó a convertirse en el criterio principal que decide y justifica los comportamientos sociales, económicos y políticos. Esta mentalidad instrumental, que caracteriza a la sociedad moderna, ha penetrado profundamente en todas las estructuras sociales y ha configurado todo un estilo de vida. La consecuencia ha sido el olvido de la persona como centro de la pedagogía en aras de su utilidad para integrarse en una sociedad productiva” (Una escuela en salida, Javier Alonso Arroyo). Entonces, surge la pregunta: ¿Para qué educamos?

Esta instrumentalización de la educación es nefasta, cruel, calculadora. Es el alma de una economía en la que lo único que importa es el capital, el enriquecimiento desmesurado e individual, menospreciando a las personas y su entorno. Esta educación instrumental tiene consecuencias importantes: por un lado, están quienes tienen la oportunidad de estudiar; ellos podrán incorporarse sin problema a este sistema social que avanza únicamente en beneficio de unos pocos, ilusionándolos con la idea de que se benefician a sí mismos y convenciéndolos de que son felices. Por otro lado—y aquí están las grandes mayorías de jóvenes—están los que caminan "pateando piedras" (Los Prisioneros).

En medio de todo esto están quienes educan, tironeados por nuevas y extrañas ideas educativas centradas en la inclusión, mientras sus jefes les exigen resultados académicos basados en la instrumentalización y en el prestigio de quienes dirigen las instituciones educativas. Excluyen a quienes no encajan en esta sociedad de apariencias y vanidades: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", dice el Cohélet.

Con lo anterior, no quiero parecer un "negativista pesimista". Solo busco que reflexionemos, nos preguntemos, escuchemos activamente a nuestros jóvenes, a los jóvenes del país vecino, a los jóvenes que han llegado de tierras más lejanas, a los jóvenes que tildamos de "delincuentes", "discapacitados", "disociados", alumnos PIE... Si Dios, que habita en lo alto—y muy alto—fue capaz de escuchar el clamor de un pueblo (Éxodo 3,7), ¿cómo es posible que no escuchemos el clamor del que está a nuestro lado?. Tú, empresario, ¿escuchas el clamor de tu pueblo (tus trabajadores)? Tú, médico, ¿escuchas el dolor de quienes esperan días, meses, años por una atención? Tú, abogado, ¿escuchas a voz de quienes piden pan, verdad y justicia?

Me pregunto: ¿cuándo saldremos nuevamente a marchar a las calles—como lo hicimos antes de la pandemia—no para gritar en favor de nuestros bolsillos, sino por aquellos que no pueden gritar? Por las madres que acurrucan a sus hijos "discapacitados", por los padres y madres de "niños PIE", por las madres que lloran desconsoladas por sus hijos consumidos por la droga, por las familias que buscan un mejor vivir en tierras que "aman al amigo cuando es forastero".

Mejor no seguir escribiendo... solo es utopía, me diría Eduardo Galeano. Sigamos sentados cómodamente en nuestros sillones, viendo series, opinando de todo, acomodando a Dios a nuestros caprichos, leyendo a Byung-Chul Han. Sigamos disfrutando de esta sociedad moldeada al servicio de unos pocos privilegiados, quienes disfrutan la vida como un manjar para dioses. Sí, sigamos pensando por nuestras hijas, nuestros hijos, nuestros alumnos, como ya lo anunciaba en la década de los 80 el poeta:

“Mi padre y mi madre están esperándome,

tienen ideas para mí…

será un ingeniero, dice el abuelo,

un gran arquitecto sería perfecto,

y si es un artista, que horror, un bohemio,

mejor una niña que cumpla mis sueños.

Que siga la huella de Jesús de Nazaret,

“¡no, no! Mejor empresario, será millonario”,

un doctor famoso, un físico loco…

y yo solo quiero aprender a respirar.

… quiero reír, cantar, jugar…”

(Pancho Puelma)

Si me preguntan, prefiero salir al encuentro del ser humano. Sentir con mis manos sus manos callosas, mirar con mis ojos las arrugas en su rostro y cómo sus lágrimas dibujan cada línea de su piel, oler con mi nariz los sudores de su trabajo, apretar mis labios y abrir mis oídos para escuchar sus lamentos llenos de fe y esperanza, sus alabanzas a la vida y aprender de ellos la fracción del pan junto a una taza de té.

Si me preguntan, en comunión con mi Papa, prefiero:

“Una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. (Evangelii Gaudium, Nº49)

Si me preguntan, prefiero abrazar al pobre y vivir juntos una Eucaristía. Que me acusen de "asistencialista", de "promotor de la flojera", de "ignorante y necio" por desconocer una iglesia centrada en los altares, en las vestiduras y en seguir a quienes dicen tener la verdad de Jesús, el de Nazaret.

Prefiero la escuela. La escuela de Sócrates, Platón y Aristóteles.

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